Tenía una gran cruz de plata colgada del cuello, los labios y los aritos de color cereza, el porte de una señora coqueta, arreglada para los trámites de un jueves por la mañana. O como quien va al médico, en una visita de rutina, de ésas que hacen los jubilados para salir de casa.
Alta, de cabellos grises, saludo al colectivero con voz clara y fuerte, colocó las monedas en la máquina. Luego se paró en el pasillo, estiró el brazo donde colgaba su cartera y mientras se acomodaba en el pasamanos elevó la voz. Creí que iba a dar las virtudes de algún producto de venta directa. Me equivoqué.
“Sres. Pasajeros, buenos días. Soy una señora de la asociación cristiana del Sagrado Corazón. Les pido que en esta mañana que compartimos este viaje agradezcamos a Dios las oportunidades que nos da como este nuevo y maravilloso día. Quien quiera y no tenga vergüenza puede hacer la señal de cruz como la hacen normalmente, sino la pueden hacer por dentro. Demos gracias diciendo la oración que nombra al padre celestial y que comienza: Padre nuestro que estás en los cielos…”
Un par de pasajeros le hicieron eco y recitaron el Padrenuestro. La chica que estaba a mi lado se persignó. Yo murmuré mentalmente el rezo, clavé los ojos en la señora y no pude despegarlos de ella en todo el tiempo que duró la oración.
Tuve una sensación ambigua, por un lado pensé que era una forma diferente de comenzar el día. Es reconfortante invocar la protección divina al empezar la jornada.
Después se me instaló la idea de la gente no católica que estaba en el 298, de su derecho a no sentirse atosigados por algo que era impuesto por la buena voluntad de la señora… Nadie se ofendió, o por lo menos no se escuchó una queja, ni un comentario en contra.
La señora de la asociación católica termino su oración, agradeció a todos y se sentó junto a la ventana.
Alta, de cabellos grises, saludo al colectivero con voz clara y fuerte, colocó las monedas en la máquina. Luego se paró en el pasillo, estiró el brazo donde colgaba su cartera y mientras se acomodaba en el pasamanos elevó la voz. Creí que iba a dar las virtudes de algún producto de venta directa. Me equivoqué.
“Sres. Pasajeros, buenos días. Soy una señora de la asociación cristiana del Sagrado Corazón. Les pido que en esta mañana que compartimos este viaje agradezcamos a Dios las oportunidades que nos da como este nuevo y maravilloso día. Quien quiera y no tenga vergüenza puede hacer la señal de cruz como la hacen normalmente, sino la pueden hacer por dentro. Demos gracias diciendo la oración que nombra al padre celestial y que comienza: Padre nuestro que estás en los cielos…”
Un par de pasajeros le hicieron eco y recitaron el Padrenuestro. La chica que estaba a mi lado se persignó. Yo murmuré mentalmente el rezo, clavé los ojos en la señora y no pude despegarlos de ella en todo el tiempo que duró la oración.
Tuve una sensación ambigua, por un lado pensé que era una forma diferente de comenzar el día. Es reconfortante invocar la protección divina al empezar la jornada.
Después se me instaló la idea de la gente no católica que estaba en el 298, de su derecho a no sentirse atosigados por algo que era impuesto por la buena voluntad de la señora… Nadie se ofendió, o por lo menos no se escuchó una queja, ni un comentario en contra.
La señora de la asociación católica termino su oración, agradeció a todos y se sentó junto a la ventana.