24 de enero de 2010

Durante muchos años (tal vez demasiados) creí que el amor no era algo para mi.
Que era una especie de característica que venía o no con uno, como la forma de los ojos o el tamaño de la nariz. Pensaba que algunas personas lo encontraban de manera más natural. Que era una especie de inclinación genética, como aquellos que tienen más habilidades para tocar el clarinete o los que disfrutan de intrincados problemas matemáticos. En fin, justificar mi cobardía por no entregar el corazón. ¿Con que motivo?

A los 13 años descubrí que mi verdadero padre es alguien a quien llamaban “El yacaré”, quien no se sintió seguro como para enfrentar un embarazo no deseado y desapareció. Y sigue sin estar desde hace 32 años.
Mi padre fue el que me había dado su apellido, el gusto por el helado de limón y cierta inclinación a la izquierda en política. Ese que sí había estado, a pesar de sus modos cortantes y su marcada preferencia a mis hermanos menores.

A mis 16 años eso cambio.
Mi padre, el único al que conocí, empezó a interesarse por mí de una manera abominable. Dos intentos de abuso me llevaron a vivir con mis abuelos, a alejarme de mis hermanos y de mi mamá. Y cuando pidió perdón, lo hice, más por los demás que por mí misma. Todavía no puedo perdonarlo. No quiero hacerlo, todavía me hace llorar, me hace enfurecer.

Me fuí a empezar de nuevo, escondiéndome entre mis viejitos, que me cuidaron y me protegieron. Tanto me escondí, que el amor no me encontró durante todo el tiempo que estuve con ellos.
Tanto, que me convencía que había gente que podía intentar, entregarse, fallar, reinventarse y recomenzar otra vez. Y después estaba yo. Que no intentaba, ni fallaba: era infalible. ¿Como podría equivocarme, si no tenía la suficiente valentía como para arriesgar?

Y así estuve mucho tiempo. Casi sin vivir, como si me hubiera programado en el modo “hibernación”. Veía pasar los días, el tiempo, actuando como autómata frente a algunas cosas, manteniendo al mínimo mis reacciones.

No recuerdo cuando empecé a cambiar de a poco. Todavía me cuesta hacerme cargo de mis reacciones, identificarlas: saber cuándo y cuánto estoy molesta triste cansada. La felicidad es más fácil de reconocer: es energía en el cuerpo y es paz en el alma.

Hoy sé que el amor es algo que hay que tener el coraje de vivir. Implica una rendición, un estar con el corazón en la mano, indefenso y expuesto a ser herido. El amor es involucrarse, entregarse, sin resignar la esencia de uno mismo. Ser de a dos, sin dejar de ser. Ser sinceros, poder confiar, ser compañeros, hacer un intento más por entenderse. Estar aun cuando el otro necesita espacio.
No se cuál será la formula perfecta, pero creo si esas condiciones no se cumplen, se está en pareja, pero se está solo.

Hoy ya no creo que el amor me sea una cosa extraña, que sólo le pasa a otros. Lo vivo como me sale, por las puntas de los dedos, con esta sonrisa que me abarca la cara, a veces tambien con algunas lágrimas.
Hoy lo vivo. Ya no tengo miedo.




21 de enero de 2010

Delicias cotidianas

  1. Los besos dados con deseo y libertad, dar afecto a traves de las puntas de los dedos, invadir la otra parte de la cama y ser recibida con un abrazo, compartir las pequeñas experiencias del dia a dia.
  2. La risa de las niñas pequeñas que me rodean, que revolotean como mariposas y me hacen cosquillitas en la garganta, de donde se sueltan las carcajadas
  3. El cielo, maravilloso y celeste, y la luna redonda en las noches de río.
  4. La voz de Cortázar desde el mp3, mientras viajo en colectivo
  5. La voz de una amiga que me hace saber que esta feliz
  6. Los helados
  7. La esperanza

9 de enero de 2010

Solar

"Y tu luz divina iluminará los dias de mi vida, si me vienes a buscar"

Bienvenido 2010!
Hoy, sólo unas preguntitas:
¿Cuándo amor cabe en un ser humano?
¿ Y en dos?

(¿Y quién me borra esta sonrisa de la cara?)

Luz divina, Lisandro Aristimuño